sábado, 1 de agosto de 2015

Resistiendo a orillas del precipicio

Y el pasaje tenia retorno...
Porque volvió para saber por qué, por qué yo era así, que era lo que supuestamente nos unía. Y no tuve mucho para decirle, las palabras ya las había escuchado de mi propia boca, eran las mismas, repetirlas resultaba redundante y sin sentido.
La situación no resistía mucho análisis, eran sus ojos y los míos, eternos, profundos, con signos de pregunta, como mucha incertidumbre, con lo incierto a flor de piel.
Nos quedamos varios minutos observándonos, porque las palabras sobraban, no había nada que pudiera salir de nuestra boca que reemplazara lo que nos estábamos diciendo con las miradas.
Nada importaba, hasta que todo se empezó a mezclar y no pudimos más que reconocer nuestros miedos, o por lo menos los míos que son mucho más grandes y aterradores.
Llegue a la orilla del precipicio, siempre pensando que para saltar nunca se debe mirar hacia abajo, pero no pude, no resistí la tentación de saber que era lo que me esperaba allá abajo, quise soltar, desprenderme, dejar fluir, pero mi pasado me atrapo y baje la mirada.
Fue la inmensidad, la incertidumbre, la oscuridad, la grandeza, lo desconocido y me fui retirando lentamente a aquellos lugares comunes y seguros, donde nada puede pasarme, donde las caras son familiares, donde nada me lastima y sigo siendo tan fría, brillante y resistente como el metal.
No quise escucharlo, no me intereso, aquel precipicio no era para mi, no era seguro.
Me fui resistiendo el sentimiento y aunque las palabras sobren y la vida haya querido mostrarme que tal vez, todavía puedo tirarme de ese precipicio, hoy para mi no es una opción a considerar.


Dicen que si amas indefectiblemente en algún momento vas a sufrir... pero si sos metal nada, absolutamente nada te va a pasar.
Y acá estoy, sintiendo nada.


Saludos desde acá, el otro lado de la pantalla.


Yo, la complicada.